lunes, 27 de diciembre de 2010

Calor… el fuego, brazas, madera…

Premisas para la amistad:

El problema de las relaciones humanas, ¿Es la gente?
La luz siempre es visible. Con los ojos abiertos.
¿Como se puede lavar una caja de cartón?
Para hablar de libertad y respeto, hay que estar del otro lado de la raya.
Para bailar, ahí que querer moverse.
Las ecuaciones son un universo construido, un sueño exacto.
En toda guerra solo se puede ganar la paz.
Cuando las emociones se desbordan, hay que saber tocarse.
Reconocer las diferencias, es saber como es uno mismo.
¿Se les antoja…? disfrutar… la compañía.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Bambalinas

En el escenario, los actores, son Romeo y Julieta muriendo de amor;
tras bambalinas, son ellos mismos muriendo de desamor…

Caminando

Caminando.
Tirando la cola a un tigre. Que no muerde.
Situación difícil. Fuerte y débil, estrechamente atado.
Contactos inofensivos. ¡Modales agradables!

Hay cielo sobre el agua.
Y la imagen de caminar. huellas…
pensamientos.

Aire y agua
diferente naturaleza;

pasión y envidia: imposible igualdad.

 –orden, trompetas, tambores–

Despertar, ser despertado
 situación tal:
la soledad del que despierta,
cuando todos duermen,
no estarnos, ningún intercambio
seguir predilecciones, deseos
y ser felices
sin pedir nada a nadie.

A la partida, una posición
simplicidad, ¿Progreso?
Abrir los ojos:
la soledad del que busca.

Hombre contento
trabajo simple, acomodar letras.
El sentido de hacer cosas.
por sí, por ser:
Todo está bien…

Terciopelo azul…
 escuchar un corazón,
a diferente ritmo. Y no propio,
¡Que ama! Desde la libertad.

¿Quien recibe el trato
de un desalmado, sin serlo?
Mientras las notas
escurren en el piano,
y las olas rompen.

 ¿Ser aire, levantar agua?
Tormentas.


Alguna vez  insatisfecho,
circunstancias modestas,
sin descanso, ¡Más ambición!
avance sin metas determinadas:
la otra soledad.
¿Escapar? ¿Pobreza y modestia?

–Condición–

Arrogante, acercamiento
un tren, un sueño:
anden para amantes de lo fausto…

Soñar, soñando
las pequeñas cosas
lo cotidiano. Un beso
en el alma, cuando el aire
aún esta frío.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Naturaleza

La naturaleza del fuego es ir hacia arriba…


                           Sitiado por la vida y el tiempo.                                [El tiempo]
                                              Forjando el fuego.
                           Soy el caleidoscopio de la mente.
                     [Caleidoscopio]
                                     Con cada giro todo cambia.                          [Cada giro]
              Imparto, luz, color y movimiento perpetuo.                      [Movimiento]
                                       Estoy dispuesto al mundo.                          [Perpetuo]
              Pienso, veo y me muevo con eléctrica fluidez.                        [
Fluidez]
                             Ineludible es hacer, decisivo pensar.                   [Ineludible,]
              Constante únicamente en mi inconstancia
.                            [Decisivo]
              Lo creativo me guía, mi reto es su sentido.                           [Me guía,]
              No me traban las mundanas ataduras
.                                [Su sentido]
              Soy lo que soy, desde mi, con respeto.                                 [Desde mi]
                       Ni me ponen límite estrechos objetivos.                       [Objetivo]
                                   Mi mente persigue lo imposible.                    [Los limites]
                             Sin freno corro por senderos vírgenes.              [Lo imposible]
                                 El cuerpo viaja con el alma puesta.
                                             Indómito mi espíritu.
              Busca significados, (sonidos, estancias…)                                     [(…)]
                                       Mi alma por siempre en libertad.       [Siempre, libertad]

jueves, 23 de diciembre de 2010

Descubrimientos!!!!

He descubierto que hay vino de consagrar ($57.00pesos) y vino de «confesar» ($63.67pesos);
el segundo ¡sirve también para inyectar carne o pavo!; obvio resulta ligeramente más caro confesar.

También descubrí que mientras más se acerca el día de navidad, las personas se ponen raras… no es de extrañarse, «el sentimiento lo es todo, un hombre no es más que humo y ruido»

y… dos seres con distintas estructuras podrían ser el mismo, como dos casas construidas con el mismo plano.

Que el tiempo es lo  más abundante…

Que ésta presente, al extrañarla, al pensarla.

Que el egoismo y la vanidad, son relativos y en primera persona… del singular.

¿Cuánto es Mucho?

Por ejemplo, un chingo, es cuando ves el cielo en medio del mar y quieres contar todas las estrellas con una sola palabra…
Un madral, cuando haces recuento de travesuras, propias y ajenas…
Un montón, es indefinible. Varía con cada sustantivo.
Pero mucho, es lo que se ama.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Cansado de escribir

Con mi alma
destrozada
comprendo
que inútilmente
te envío mis palabras
llanto
dicen que
muero de amor
en mi quebranto
que espero
tu voz y tu presencia

Lloran conmigo
las estrellas.

Que huyen del sol,
que absurda cosa
huir del sol.

Una bella señora
caprichosa
una música
sin sombra
ni palabras
no se da cuenta
que estoy
dando mi vida
por alcanzarle

al costado del camino
de la tierra baja
del mar
del mundo

pude simplemente
no haber nacido
desafiando las reglas
cerca de las estrellas
y los enebros

tomar tu mano
y subir a lo alto
en mi idioma
y no entiendo
solo quiero sentir
la vida de verdad
ella, antes de morir…

en mis sesos,
que se fríen
no me puedo rendir
amor agradecido


dolor
que sube y se queda
no te olvides
jamás
de soñar, en lo nuestro
no me muevo,

pintare en el cielo
mi cariño…

batallas
de orgullo
que sopesan palabras
la mente se confunde
y las memoria es inercia

el viaje infinito.

y el frío de la madrugada,
también,
en un mundo vacio
demaciada prisa
para levantar el corazón
y brindar por los
vencidos
y cambiar
los errores repetidos
demaciada
cordura
para tanto desastre.
Sin descorchar
el amor
sin beberlo contigo.


En verdad escucho,
recuerdo fuertemente,

la mas bella historia
que tuve y …tengo
anidado en tus brazos
enredado en tu cuello
aprendiendo de tus labios

tuyos,
y después de amar, amé

¡Todo despierta!
junto a mi
…solo que tu
no estas.

Sonreir

¡El principio de orden es una locura colectiva! El tiempo es en sí todo y nada, el espacio en sí es nada y todo, que no significa que el tiempo y el espacio sean o todo o nada, ni tampoco significa, que un lunes o un miércoles buscamos algo de amor, desde una soledad que se envuelve aferrada quien sabe a que sentido de vida, la sombra de los sentimientos se define como una sustancia transparente, sobre la que la vida descansa y anda sin detenerse en su camino, indigno del paraíso y la muerte. Las cicatrices del alma no se quitan, pero sanan de manera que al mirarlas no queda más que sonreír.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

María y las siete vidas, una elegía felina (trascripción: 3ª de 3)

VI
Y nació la sexta vida
del brillo de la luna
era quieta
y, solo para la luna,
nunca veía al sol
a vista de los demás,
si la luna se va…
Festejaron
no habría más vidas
nació la alegría,
de la vida,
de todas las vidas

VII
y fue tal
que 
convirtióse
en la séptima vida,
la alegría.

y fue creandolo
todo…
y todo probaba
y tocaba

de ella nació la idea
de los dioses;

y los hombres
ellos juntaron todo
y lo vierón


Algunos hasta pudieron
entenderlo
y ellos creen en la vida
en éstas vidas
y buscan resolver
el misterio
de  todo…

 lo llamaron amor.



Elegía

Aquellos que no entendian,
Dioses y hombres
que temían al amor

porque se sentían dueños
de las vidas, las cosas
y los hombres;

porque sentían si,
miedos, envidias 
de perder, lo prestado;
lo conquistado
a sangre, engaño,
sudor o muerte.

Profirieron
maldiciones
y conjuros.

Inventaron
la idea
de la muerte dolorosa,
para el que muere
y los que no lo dejan
ir…
inventaron el no dejar
lo hicierón
ley
para la vida.

Inventaron el castigo
para quien no se duela
de la vida

a  los dedicados
a entender el amor
a hacer «arte»
por haber comprendido
por retar a la muerte
final y dolorosa
por sublimarla
y trascenderla

los maldijerón:

"Ustedes vagaran en la etrnidad
entre siete mil almas
señalados y humillados,
en espera…
y serán, sin esperanza."
RP, diciembre 1989.

María, un pequeño gato siamés que vivió acompañándome por espacio de siete años, murió asesinada de un tiro en la cabeza el 13 de diciembre de 1989, halle su cadáver tirado en la azotea. 
«calibre 22»



martes, 14 de diciembre de 2010

María y las siete vidas, una elegía felina (trascripción: 2ª de 3)

IV
El canto callado,
se hizo tierra
y ésta abrazo las flores
y de éste abrazo
nació la cuarta vida
que se formo del giro de las cosas,
estaba en la tierra
y sobre el agua,
callada y tímida
y, tenia frío.
El sol le hablo
desde arriba
–toma mi calor
en el tiempo que me miras,
canta para mi al verme llegar,
canta para mi al irme;
yo marcaré las notas
con mis colores
y mi calor–
callo el sol,
y al callar
empezó el calor
y, al tomar aliento
hacia frío
y el aire inocente
se hizo blanco.

V
La quinta vida
volaba y cantaba
llevaba alimento a las demás,
jugaba en el aire,
y toco el cielo,
y el cielo era su jardín,
en él jugaba con el sol,
una mañana
la luna llego antes
y se detuvo frente al sol.

lunes, 13 de diciembre de 2010

María y las siete vidas, una elegía felina (trascripción: 1ª de 3)

I
La primera vida,
era una vida antigua
llena de todo,
con inocencia
que se volvía aire
y el aire era puro;
esa que daba la espalda a la guerra
y no conocía el amor.
Era una promesa
para una esperanza
y la locura
no la conocía,
llego el día
que tuvo que hablar
y su sonido fue tan claro
que hasta el último aire exhaló.

II
De un extraño sonido
que por un pequeño momento
estremeció al mar,
nació la segunda vida,
se convirtió en semilla,
una vida de agua
que iba creando cosas
y todas las cosas
eran en el agua,
porque el sonido,
la música oculta,
ahí no era extraña,
se diseminaba en todo
y, el mar era
todo sonido
y todo canto.
Había paz,
la luna miraba
y hablaba
y, el mar cantaba.
El canto que del mar
llego a la luna,
conoció el aire
y también,
la inocencia del aire.

III
Así fue
del canto del mar
y la inocencia del aire,
nació la tercera vida.
Y todo cambio
porque en ella
hubo luz,
la luna empezó a girar
al rededor de esa vida,
perseguida de cerca
por la luz
y el mar
por momentos
dejo de ser azul
o blanco ante el frío;
apareció el color
y con él las flores,
entonces todo giraba,
un baile metafórico,
la luna veía las flores
y el mar…
y se detuvo.
Hubo silencio.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Discurso Nobel 7 diciembre de 2010

Mario Vargas Llosa: Eligio de la lectura y la ficción

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Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
2
Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.
Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la
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sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.
La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.
Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.
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En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean- François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando laintelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.
De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.
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De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.
Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.
Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y
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los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.
Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo- cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!
La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con
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toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.
Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.
De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.
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Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de como, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.
Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.
No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.
El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón,
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en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.
El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.
Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme
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libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.
Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.
Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La
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escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).
La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.
Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.
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Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.
De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.
Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.



© FUNDACIÓN NOBEL 2010

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jueves, 9 de diciembre de 2010

Pareciera que había que perderlo todo, para recuperarme a mi mismo…
No basta incluso la inteligencia; el trabajo cotidiano de reconstruir la inocencia (esto es valorar la experiencia en torno a lo vivido y lo esperado en ello); ni la sensibilidad a veces necesaria «exhibida»; o el intercambio, de hacer con el convencimiento absoluto del trabajo, por la «neurosis de solo crear para o por…»; para entender el porque de las necesidades del alma. El ejercicio de ayer sorprendió, en las reflexiones hechas, casi todas hacia sí de las personas que asistieron a la exhibición, hubo quienes externaron pequeñas anécdotas, quienes en silencio visitaron algún rincón de si mismos, o de su propia historia. Quedo claro además que la propuesta de sabores entre el mole y los romeritos, tratados con respeto y dedicación, lograron por instantes, reflexiones sublimes respecto a la alimentación; como si los estuviera degustando el alma misma y no conozco mayor placer, en verdad, que ver a alguien disfrutar así lo que uno hace… con cariño y en eso la cocina es exigente.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Las brazas…

Adviento, Adventus, con viento; hay que ir con el viento acompañarlo más si viene del norte y es invierno y, esperar que el viento vaya a algún sitio, razonable, bueno (donde se comparta amor). Termina el año, llega el frío invierno y desde siempre buscamos calor, y lo que lo provoca fiestas fogatas, baile, licor, «comunidad». Inventamos la navidad para acercarnos a los otros, literalmente romper el hielo y manifestar el calor humano, matizar la soledad que frente al frío endurece y en ocasiones es insoportable. Compartir nos hace iguales; recibir, humildes; dar y repartir, humanos… de los que hacen cosas, viven y crean una realidad alternativa a veces con o contra la naturaleza misma; que trabajan, mienten, ríen, bailan, juegan, festejas, que miden y cuentan: el tiempo, el universo y el cariño.


Felices fiestas a todos · Happy holidays vir almal · Gëzuar festat për të gjithë · أعيادا سعيدة للجميع · Шчаслівых святаў для ўсіх · Честит празник на всички · Bones festes a tots · 節日快樂所有 · 節日快樂所有 · Sretni blagdani svima · Veselé svátky všem · Happy ferie til alle · Fijne feestdagen voor alle · Happy holidays to all · Häid pühi kõigile · Happy bakasyon sa lahat · Happy vapaapäivät kaikki · Joyeuses fêtes à tous · Feliz festa para todos · Frohes Fest für alle · Happy γιορτή για όλους · חגיגה שמח לכולם · सभी को हैप्पी उत्सव · Boldog ünneplés minden · Happy fagnaðarefni fyrir alla · Happy perayaan untuk semua · Ceiliúradh Happy go léir · Buona festa a tutti · すべてのハッピーお祝い · 모두 축하 축하 · Happy svētki visiem · Laimingas šventė visiems · Среќен прослава на сите · Happy perayaan untuk semua · ċelebrazzjoni Happy kollha · Happy feiring til alle · جشن مبارک برای همه · Happy święto dla wszystkich · Feliz festa para todos · sărbătoare fericite tuturor · Днем празднования для всех · Срећан славље за све · Happy oslava pre všetky · Happy praznovanje vsem · Furaha sherehe kwa wote · Glad fest för alla · เฉลิมฉลองความสุขกับทุก · tüm Happy kutlama · Днем святкування для всіх · Chúc mừng lễ kỷ niệm cho tất cả · dathliad Hapus i bawb · גליקלעך סימכע צו אַלע

domingo, 5 de diciembre de 2010

el derecho a la mentira, ¿limites?

Mentir es  un derecho, quizá irrevocable parte del instinto de supervivencia, salvarse, establecer diferencias con <el enemigo»; proteger o protegerse, el prohibirlo desde la “moral” es un sistema de control, supresión, coerción; de negación de lo humano. El engaño es perverso, es siempre hacia sí, que devanea entre el abuso y la destrucción de lo más humano: la posibilidad del amor, en la pureza, la amistad misma; situación indispensable para acceder al «AMOR»

viernes, 26 de noviembre de 2010

Todo y nada

a Papá…
lo difícil
…fue quererte.

Sin mencionar al Dios (en el que podría creer), por si existe:


I
Recuerdos
No,
pudiste soltarlos;
había que crecer y eso duele.
quedan las sombras de las sombras
que tú solo ves, y te espantan;
para bailar con fantasmas,
hay que seguir su sombra despacio
y perder el miedo… a las canciones.

II
Canciones
Corazón simple,
de música sencilla,
de «big bands», tango y bolero;
se hundió y ahogó
«JB & Tehuacán»  y por favor…
hasta Vivaldi y sus estaciones
complicaron todo ese engaño, amor…

III
Amor
Lograste no sé cómo, hacer
sus sinónimos simbióticos
al abuso, el abandono y la indiferencia
¿Será que los niños al no haber más,
 aguantan todo?
¡Tu generosidad daba miedo!
Tu alma como rémora,
acompañó ese ¿Éxito?
alimentada por desperdicio.

IV
Desperdicio
El tiempo,
se fué
lo tuviste todo, en abundancia
solo había que ser feliz
pero ser feliz es darse…

V
Justicia
Tu creaste el infierno
y es tuyo con tus demonios
te acompaña el hambre y,
 la enfermedad; te espera la guerra:
tendrás que explicarte
¿Porqué?
  Y te acosa la muerte,
que camina despacio…sin prisa
tu soledad comprada; más cara
que la falsa compañía
Miedo y Angustia.

VI
«Racismo»
Cultivar el espíritu, ¿La yoga?
¿Hay perros y gatos?
La pureza esta en la mierda
en su color …estreñimiento.

+

Me queda la disciplina y,
la sangre, perseverante
estoica; pero es mi mezcla.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Astronimia Razonable



Bendito el desorden que nos ocupa,
bendito aquel que lo entiende, y lo destruye;
suya sea la locura…

¿Cómo de qué?

A mamá…
Es quizá un asunto delicado:
¿Debiera decir gracias?
… tan solo a mi corazón
por quererte…
 I
Camino
 Del desamparo a la apatía
andando y tropezando
¿Acaso se puede cambiar? …lo vivido
al menos en la memoria,
para no prenderse al olvido
solo para no repetir lo repetido,
y lo pienso: preguntarlo
cuando se ha consumado,
¿Es negarlo?
El riesgo de existir: lo prohibido

II
Reposo
La  estancia absoluta
el pantano de la abundancia
donde la desesperanza
embarra hasta ¡El alma!
sujetándola al absurdo
y, es que Dios, si existe, 
dueño de toda la Fé posible,
debiera ser él, entonces,
sin amor
quien creyera en nosotros…

III
Memoria
Todo cariño posible
llena con dolor lo imposible:
el tiempo recuperado
sin regresos, campos sembrados
con remordimientos inexpiables,
la irrepetible oportunidad de vivir,
la batalla del día, de la noche
donde el perdón eterno, dice Dante,
siembras, llanuras y pastos que…
la soledad misma: no se atreve a pisar

IV
Soledad
Estar sin uno mismo
siquiera el desencanto propio,
hacia la vida, podría:
vivida como en pausa
sin hacer, sin ser, 
…sin desear más.
  toda materia crea el vacío,
y en el alma:
La negación del absoluto.
Amor

V
Vacío
hasta la angustia, desde el olvido,
hielo sobre nieve, nieve sobre hielo
dibujando círculos bajo la espuma.
Palabra extraña, dividida, no cuaja,
 frases anestésicas, entremezcladas
todo exterior es apócrifo, impropio
conjunto de cosas sumadas
no pertenece a sí mismo
¿A quién pertenece?
lo que se queda.







viernes, 12 de noviembre de 2010

Piernas

Ey, puedes dejarme caer,
no vuelo,
si puedo levantarme,

tiene algo la vida
para ello

pero por favor, ninguna
complacencia

sacrificios para santos
y el infierno
del pensamiento
es nuestro
nido…

estamos hechos de ceniza
y fuego
de eternidad
detenida

no hay infinito
que dividir

porque uno mas uno…

es uno.

21 años… ya!

Solía explicarte que la arquitectura (no sin cierta inocencia, lo confieso, aunque aun lo sostengo), era un acto de amor a la comunidad, que si no hay comunidad ésta carece de sentido; decíamos que las casas burguesas en las que en su sin sentido estaba su concepto, que ser burgués es por definición no comunitario, (es innecesario el uso del adjetivo previo "pequeño", dado que la pequeñez esta en el pensamiento burgués no en la cantidad acumulada de sus recursos); explorábamos éste concepto desde su elasticidad, anulando la visión fascista de se es o no se es, sin caer en la tentación de los dogmas, apuntábamos el concepto de lo  incluyente, «también es así» y hasta donde, un ser humano es parte de un sistema, de como y donde la ética llevada al plano de lo personal y lo profesional se convertiría en una estética definida: si la arquitectura (en su conceptualización «fondo») es la celebración comentada del ritual de existir, donde el espacio asiste y facilita al ser humano en éste ritual. ¿Como es el ritual de existir para quien decide no existir? Como pretender entonces una unidad arquitectónica contextual y conveniente entre las otras, donde la idea de comunidad, es el perjuicio y el prejuicio: el uso y abuso del otro ser humano, aunado a la negación de la existencia.

Hablamos entonces desde ahí de la falta de una «democracia social», separada de estas dos formas de existencia basada la primera en la «envidia», motor de la burguesía: solo quiero tener más que… o la segunda, en la solución de «el problema social» y «la masa» siempre en abstracto y con consideraciones numéricas de orden paternalista: "interés social, vivienda mínima, crédito familiar"; en el juego perverso: te permito el abuso y la explotación, en tanto no me exijas existir y ser responsable de mi. Ésta «masa» que encuentra su pasión en lo colectivo y lo vulgar más que en lo comunitario, muy distinta de aquella burguesía apasionada solo en la envidia, el coleccionismo (hasta del conocimiento), el abuso y, la relación entre ellas: si ésta sería sostenible en el tiempo frente a los albores de una democracia incluyente. Concluíamos entre otras cosas, sobre el carácter filosófico y político intrínseco en la arquitectura, el arte para ser vivido en comunidad, sin importar si ésta es una sola pareja o las oficinas generales de la coca-cola; se vive en comunidad. Estamos al borde de un sentido de comunidad real obligado ya por la violencia, o de la destrucción fatal del «pacto social». Algo tenemos que hacer, y nada hicimos…

Hoy fuera de la relación de discipular y en equipo, tenemos semanas planteando la posibilidad de un criterio, ya no concepto, para educar no desde la técnica de «hacer» (o aplicar lo descrito), sino aplicar la intuición y el pensamiento educado, responsable, comprometido al «quehacer» desde lo más humano posible: asumirse uno, cada quien  por si mismo, como parte integral y del «todos», la comunidad (ante la realidad del gravísimo problema que  ya planteado con los médicos, financieros y economistas que se limitan a aplicar rigurosamente lo indicado, sin cuestionar ni reflexionar sobre éste «hacer», como autómatas vacunados de lo humano). Lo que nos obliga a la reflexión educar tiene  sentido  en el crecimiento y aprovechamiento del entorno y sus medios por la comunidad, ¿Donde esta entonces la  comunidad?,  Revisando cada uno su propia experiencia vivida: por tu parte, desde la desesperanza, esa sorprendente lucidez tuya, que entonces te llevaba a las lagrimas: la conciencia de que la vida profesional de una mujer eran sus estudios; y todo aquello que sucediera antes de la hora final: encontrar un marido… que resolviste quedándote, en la trinchera enseñanza; yo por mi parte la planteo el demoler  a «tabala raza» la estructura emocional del aspirante, que para ser arquitecto debe irremediablemente reconstruir ésta estructura desde sí mismo y su relación con el arte, donde la vocación y el talento se hacen imprescindibles. Más allá de definir que, como y cuando deben aprender y con que didáctica; hay aquí pienso que crear un espacio abierto para la reflexión, para cuestionar, para la duda, para «aprehender» como parte integral de la educación.

El reto: ¿Como lograremos llevar el sentido de la educación al ámbito de «aprehender»? Al ser y existir desde el compromiso no solo con la arquitectura, sino como parte de una comunidad; y todo en un país donde no hay lo previo: sentido de comunidad.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Duración

Lo que funciona, funciona… las cosas duran hasta que se acaban… si estoy vivo, corro el riesgo de existir… cuando entregas una sonrisa, hasta el espejo te la devuelve… si des envuelves la vida, ella te envuelve… si no hay Luna es nueva y tiene pena, se voltea…

El ritual de existir

…por fin en casa, y la casa se hace viviéndola, cuidando todos los detalles:
Donde poner mi casaca, mis llaves, las notas, ¿Equipaje?; lo primero que ver, cuanta luz, de donde viene, color, tono, intensidad, hay un espejo, ¿Me veo, me reconozco?; el aroma u olor a percibir, madera, flores, tela, plantas, tierra húmeda, ¿Café?; y el sonido, como será, mis pies contra o con el piso, hay agua corriendo, aves cantando, el viento (una campanilla); el aire, que temperatura y humedad, como sentir la casa, en la piel, que sabor me dejará:

¡Llegar!

lunes, 1 de noviembre de 2010

Sueño, hay sustantivos que no se pueden diferenciar…

a un…
ante una …que es tuya
bajo el …quien esta y pertenece ahí
cabe un…
con un amor
contra la …cuando se
de lo…
desde una…
durante una vida
…donde el espacio
en los limites
entre un…
excepto un muerto
…porque no siente y va
hacia las…
hasta una…
…como…
mediante una…
…el…
para… y ser
por… ¿…?
…la…
salvo todo…
según éste corazón
sin ningún…
sobre cualquier pasión
…lo…
tras los…

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…recibido,
conozco sin más,
dolor…
Hay que distinguir entre la realidad… y la realidad física, más hay que distinguir entre espacio y espacio con geometría; los modelos del universo sirven para cancelar visiones estrechas y preconcebidas, lo continuo puede tener cualquier dimensión e incluso puede ser infinito. Los cuerpos rígidos son aquellos  cuyas longitudes y ángulos no pueden cambiar, y solo se desplazan en geometrías de curvatura constante donde los espacios tienden a ser simétricos… Si la historia misma es atacada en sus orígenes, ésta tendrá el deber de defenderse desde sus consecuencias, la realidad física, lo actual.

La primera distinción es entre lo que pensamos y sentimos que es la realidad, como la vemos o queremos que sea y, lo que tocamos, respiramos, medimos y sucede. Al exterior el espacio y sus dimensiones: espesores y distancias; sus propiedades de dureza, flexibilidad; forma, color temperatura; legalidad, uso, usufructo, propiedad… Al interior como es el proceso de ver y verse, de hacerse, de seguir o quedarse, cuestionar, superar o resolver, aceptar, conservar o liberar… Y entre ambos y otros, la curva constante del significado y el significante de las situaciones: lugar, sentido, participantes ¿Intensidad, intencionalidad, alcances?: saber y hacer y sus diferencias: emoción, razón y pasión. Las relaciones, el trabajo continuo y constante conocer sobre sí mismo, él y lo otro: La arquitectura, su uso consecuencias y su relación con nosotros y lo que sucede en su interior.

La segunda implica el abstraer el espacio, o si es abstraible en sí o por modelos, si se comporta de forma continua o discreta, pausada o puntual, si es coherente con su forma y trazos, si es lugar para el movimiento; pequeñas notas, claves, pistas para formar modelos holísticos sobre un probable todo desde sus partes, o sombras de ellas; dando entonces lugares y dimensiones imaginables y es ahí donde la razón no alcanza, no tiene argumentos, solo coordenadas de la poética, estética y ética (constante a las anteriores): reconocimiento, tema, ejemplos –autores, obras, participantes– «Shakespeare; Iliada; Marie Curie; Guernica; Rutherford; En busca del tiempo perdido; K…; Los girasoles; Rilke; Metropoli; Meinhof; Adriano; Bishop; etc…» el arte en si mismo, indefinido e inacabable: contenido conceptual y físicamente en el espacio donde se da la realidad, la rebasa, la expande y mueve todos sus limites, descubre y hasta, lo imposible, «crea» nuevos horizontes.

¿Son esas coodenadas las que proponen las reglas cambiantes del universo?


Si suponemos si, como respuesta: El universo de los cuerpos rígidos es infinitesimal y pequeño, y la historia es transformación y crecimiento, movimiento y expanción… incluyente, oposición y enemistad son distintos. Forma + Fondo, =
Lo otro: seria el vacío, la nada absorbiendo imágenes, donde nada existe y nada pasa… excluyente, toda oposición es enemistad. Forma vs. Fondo, ≠
 Pero si suponemos si y no, al mismo tiempo ¿Que pasa? ¿Como se comporta la realidad? Aun en sus distinciones. Entonces, se entremezclan los significados y los significantes, el comportamiento del modelo es discreto, continuo y aleatorio, todo entonces es deconstruible, hasta los argumentos, ¿Cada parte tiene entonces sus propias coordenadas? Todo es movimiento y comunicación, lo práctico es inoperante y lo inoperante práctico. fenomenología y dialéctica se complementan y diferencian, se alimentan y debilitan, se proponen y contraponen, se construyen, deconstruyen, destruyen, se absorben y saturan  ¿A esto llamamos AMOR, ARTE y PASIÓN? solo por dar nombre al tema, y enfoque en la actualidad se definen (se define todo), en lo indefinible. Forma · Fondo, ≡

 Ahora, la historia entonces se defiende de si misma, de su forma, figura, fondo, ritmo y repetición y, la arquitectura que contiene a ésta realidad, solo es rastro, como hecho humano, entre la miseria y la destrucción del tirano, y la inoperante legalidad social, testigo, participante, y comunicante… hasta significante, de la historia donde participamos de ésta infinitesimal estancia en el universo o el vacio.


Viva la muerte. Apuntaré recordar, lo que no llego a pasar. Amores que matan, nunca mueren. Realidad virtual. No he venido a traer…

¿y luego que?

¿Podríamos suponer si, no y tal vez o a veces como probable respuesta? Una realidad, afirmante, vacía, incluyente y discriminatoria, donde todo depende de como se comporte la energía, en su encrucijada con la historia: a cara o cruz. Donde un signo o cercanías, mueven a lo humano desde una polaridad a la otra, como si no hubiese tiempo, o nunca lo hubiese… hay modelos del universo que rompen conjeturas, las niegan o las resuelven.
Ante todo, vayamos por lo difícil, solo para medirlo.

El derecho a la mentira (declaracíon art. 1º)

Si mentí ejercí mi derecho, no me escondí detrás de la mentira, la fabrique, la construí… se y conozco el poder la verdad. La mentira, suave, complaciente, da lugar a la convivencia, al contacto…


Derecho 1º         Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
condición genética
¿excluye a los estúpidos y a los inconscientes?
derecho de deber…
comportarse.