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jueves, 9 de diciembre de 2010

Pareciera que había que perderlo todo, para recuperarme a mi mismo…
No basta incluso la inteligencia; el trabajo cotidiano de reconstruir la inocencia (esto es valorar la experiencia en torno a lo vivido y lo esperado en ello); ni la sensibilidad a veces necesaria «exhibida»; o el intercambio, de hacer con el convencimiento absoluto del trabajo, por la «neurosis de solo crear para o por…»; para entender el porque de las necesidades del alma. El ejercicio de ayer sorprendió, en las reflexiones hechas, casi todas hacia sí de las personas que asistieron a la exhibición, hubo quienes externaron pequeñas anécdotas, quienes en silencio visitaron algún rincón de si mismos, o de su propia historia. Quedo claro además que la propuesta de sabores entre el mole y los romeritos, tratados con respeto y dedicación, lograron por instantes, reflexiones sublimes respecto a la alimentación; como si los estuviera degustando el alma misma y no conozco mayor placer, en verdad, que ver a alguien disfrutar así lo que uno hace… con cariño y en eso la cocina es exigente.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Ophelia (mientras mas amor… mas muerta)

Ophelia II, 2009, Acrílico/Tela, 120x150cm
There is a willow grows aslant a brook,
That shows his hoar leaves in the glassy stream;
There with fantastic garlands did she come
Of crow-flowers, nettles, daisies, and long purples
That liberal shepherds give a grosser name,
But our cold maids do dead men's fingers call them:
There, on the pendent boughs her coronet weeds
Clambering to hang, an envious sliver broke;
When down her weedy trophies and herself
Fell in the weeping brook. Her clothes spread wide;
And, mermaid-like, awhile they bore her up:
Which time she chanted snatches of old tunes;
As one incapable of her own distress,
Or like a creature native and indued
Unto that element: but long it could not be
Till that her garments, heavy with their drink,
Pull'd the poor wretch from her melodious lay
To muddy death.

Hay un sauce que crece oblicuamente un arroyo,
que muestra sus envejecidas hojas en el arroyo cristalino;
Ahí llegó ella con unas fantásticas guirnaldas
de flor de hielo, ortigas, margaritas y largas violetas
a las que los pastores la llamaron de forma burda,
pero nuestras criadas fríamente las llamaron dedos de muerto:
Allí, en las ramas suspendidas trepando para colgar
Su corona de hierbas, una envidiosa plata astillada se rompió;
Cayendo sus trofeos de maleza y ella misma
En el arroyo de lágrimas. su ropa difuminada;
Y, como sirena, en poco tiempo la hundieron:
mientras cantaba fragmentos de canciones antiguas;
Como si impávida ante su propia angustia,
O como una creatura cubierta y  atraída
Dentro de un elemento: pero largo tiempo no pudo ser
hasta que sus embebidos vestidos, pesados ya
hundieron a la pobre infeliz desde su melodiosa caída
hasta su fangosa muerte.